
Territorios verdes, la casa del cacao
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Por Mónica Bayuelo García
El corazón del cacao vive en la abundancia de las selvas tropicales. Cobijado por la sombra de árboles nativos y la lluvia que mantiene la frescura de la tierra, la generosidad de este árbol puede expandirse por grandes terrenos, siempre y cuando la biodiversidad del ecosistema se mantenga en equilibrio.
De origen amazónico, el alimento de los dioses, o theobroma cacao en lenguaje científico, requiere condiciones específicas para crecer: tierras cálidas, idealmente costeras, húmedas y acuosas, lugares en los cuales el agua prospere su cultivo. Necesita también la sombra y compañía de otras especies para frutar en esplendor.
Un poco de historia
En la época precolombina, unos 2000 años antes de nuestra era, la semilla se dispersó a lo que ahora se conoce como América Central y México. Algunas hipótesis proponen que se propagó en estado silvestre, diseminada por pequeños mamíferos, como roedores, monos y murciélagos; otras fuentes sugieren que llegó a Mesoamérica traído en alguna enmienda comercial desde el sur. Proliferó en estas tierras, sobre todo en regiones como la del Soconusco, Tabasco, Veracruz y Guerrero, porque en ellas encontró ambientes propicios para crecer, compartiendo el suelo, el agua y el aire con otras especies características de los trópicos.
Los olmecas, y más tarde los mayas y mexicas, cuidaron y honraron el árbol de cacao: aprendieron sus tiempos de maduración, a cosecharlo desde las alturas para que sus frutos cayeran al suelo, y a abrirlos con las manos para obtener las semillas. Lo integraron como ofrenda, tributo, bálsamo, alimento y bebida en ámbitos rituales, sociales y cotidianos. Por la complejidad de su manipulación y por las reducidas regiones donde puede crecer, el cacao se convirtió en un producto de lujo que ganó mucha relevancia en la sociedad mesoamericana. Después de la invasión, su consumo se popularizó con rapidez no sólo entre los habitantes de la Nueva España, sino también en Europa y el resto del mundo.
Muchas culturas han tenido un interés particular en el cacao por ser puente simbólico a otras dimensiones espirituales, por sus beneficios gastronómicos, usos cosméticos y porque es la materia prima de uno de los dulces favoritos en la historia: el chocolate. Durante el último siglo, esta demanda ha traído como consecuencia que las altas producciones industrializadas maltraten la tierra con la deforestación de bosques tropicales y prácticas de monocultivo que diezman la biodiversidad y promueven el calentamiento climático. Esto explica que, aunque sea una especie endémica de este continente, actualmente la mayor producción de kakaw se dé en cultivos masivos de alta productividad en las zonas tropicales de África, como Costa de Marfil, Ghana, Camerún y Nigeria, países que han visto sus ecosistemas colapsar por la sobreexplotación de los suelos.
Beneficios de crecer cacao desde la sostenibilidad
En contraposición a esta industrialización, la raíz de lo sostenible rebrota con propuestas agroecológicas éticas, responsables con los modos de producción e intencionadas en apoyar a los agricultores en el mantenimiento y la restauración de ecosistemas naturales de alto valor, promoviendo prácticas de respeto en la comercialización y condiciones justas en el trabajo con el campo.
El cultivo de cacao tiene un impacto significativo en el ambiente. Cuando se abusa del suelo, lo erosiona y empobrece; en cambio, si su siembra promueve la sombra de los territorios verdes, el alimento de los dioses aviva la biodiversidad interespecie y enriquece la tierra. Esto es benéfico para los agricultores y productores, quienes usualmente cultivan esta semilla en pequeñas fincas familiares, guardando un vínculo simbiótico son su entorno natural, pues su economía se ve aliviada mientras se promueve el enfriamiento del planeta.
Los sistemas agroforestales no necesitan pesticidas ni herbicidas, es decir que son seguros para las personas que viven ahí y para quienes más tarde consumiremos sus productos. Por último, y en términos sociales, los pagos justos logran mejorar la calidad de vida de las comunidades, brindándoles una oportunidad para quedarse en la localidad en lugar de migrar o insertarse en trabajos de alto riesgo.
Ecosistemas saludables, cacaos cantores
En este pulsar, la salud del suelo se procura a través de cultivos de siembra variada. La agrosilvicultura, por ejemplo, implementa sistemas agroforestales que combinan, en un mismo espacio, árboles de cacao con especies maderables, frutales y otros cultivos, que suelen ser leguminosas y musáceas (o lo que conocemos como “platanales”). Las relaciones en este tipo de siembra son recíprocas: cada especie aporta nutrientes y se nutre de entre la diversidad.
La sombra es importante para el crecimiento del cacao. Necesitará entre el 60 y el 70% de ella durante los primeros 5 años de vida, de ahí y hasta el décimo año requerirá del 40 al 60, y, en lo siguiente, es decir, en la etapa productiva, ocupará del 30 al 40 %. En los cultivos agroforestales la obtienen de caobas, ceibas, cedros y musáceas, especies que, por su altura, protegen el suelo del sol y la lluvia, extendiendo su sombra también hacia frutales como nísperos, aguacates o cítricos, los cuales también la necesitan para crecer. Según los expertos, es importante que exista suficiente distancia entre cada integrante para evitar la competencia de recursos.
Todo se aprovecha. La hojarasca de estos árboles aporta a la conservación el suelo formando un sustrato vegetal que retiene la humedad, recicla los nutrientes, conserva la microflora y fauna y reduce el crecimiento de malezas; por su parte, las fabáceas o leguminosas fijan en sus hojas el nitrógeno del aire y lo comparten con otras plantas a través del suelo, haciendo que crezcan más rápido y más saludables. La atmósfera tiene también beneficios directos de estas prácticas, ya que las plantas y suelos capturan el carbono, disminuyendo la cantidad de CO2 del ambiente, lo cual es crucial para mitigar el cambio climático. A largo plazo, estas formas de uso y cuidado de la tierra animan a especies fáunicas endémicas, muchas de ellas en peligro de extinción, a reproducirse y seguir habitando sus espacios naturales.
De maneras orgánicas, estos sistemas alargan la vida útil y aumentan la resiliencia del árbol de cacao, nutriendo con su abundancia el sabor y aroma de la semilla del fruto sagrado. Es en este escenario donde nace lo que conocemos como “cacao de origen”, llamado así porque las semillas toman la riqueza de la tierra donde se cultiva.
Desde el latir de los cacaotales hasta el primer trozo o sorbo de cacao hay tiempo, cuidado y trabajo. Su cultivo agroforestal es una forma de reclamar la tierra cuidándola y protegiéndola, valorizando y consolidando el trabajo de agricultores que dedican su labor en el cuidado de esta semilla ancestral.
El consumo responsable del cacao a través de formas sostenibles, no solamente garantiza que los ingredientes que consumimos serán de calidad y altamente nutritivos, sino que representa una oportunidad para volver al origen y descubrir sabores nativos deliciosos que han crecido en la maravilla natural de los territorios verdes, procurando con su abundancia el bien de nuestra Tierra.